Érase una vez, en la lejana tierra de Lyria, había un hermoso reino gobernado por una reina amable y sabia llamada Amara. La reina Amara era amada por todos sus súbditos porque gobernaba con sabiduría, bondad y justicia. El reino de Lyria era conocido por sus exuberantes bosques verdes, ríos brillantes y campos llenos de flores coloridas. Pero había algo aún más especial en Lyria era una tierra donde los cuentos de hadas cobraban vida.
En Lyria, todos creían en la magia. Había hadas que vivían en el bosque, dragones que volaban alto sobre las montañas y animales que hablaban y vagaban por los bosques. La gente de Lyria vivía pacíficamente junto a estas criaturas mágicas y juntos creaban una tierra llena de alegría y maravilla.
En una pequeña aldea al borde del reino, vivía una niña llamada Elara. Elara tenía seis años, con brillantes cabellos dorados y grandes ojos azules que brillaban cada vez que sonreía. Vivía con sus padres en una acogedora cabaña rodeada de flores, y pasaba sus días explorando los bosques cercanos, persiguiendo mariposas y escuchando las canciones de los pájaros.
A Elara le encantaban las historias. Cada noche, su madre o su padre le contaban un cuento antes de dormir, y Elara soñaba con ser parte de esos relatos. Soñaba con conocer hadas, hablar con animales y vivir grandes aventuras. Sobre todo, soñaba con convertirse en una heroína, al igual que las de sus cuentos favoritos.
Una noche, después de que sus padres la arropaban para dormir, Elara se sentó junto a su ventana, mirando las estrellas. Suspiró suavemente, preguntándose si alguna vez tendría su propia aventura. Justo cuando estaba a punto de cerrar los ojos y quedarse dormida, notó algo inusual. Un pequeño objeto luminoso flotaba justo afuera de su ventana. Brillaba como el oro a la luz de la luna, y aleteaba suavemente, como las alas de un pájaro.
Curiosa, Elara abrió su ventana y extendió la mano para atrapar el objeto luminoso. Para su sorpresa, era una pluma dorada. La pluma estaba caliente al tacto y brillaba como si estuviera hecha de polvo de estrellas.
"¿De dónde ha salido esto?" se preguntó Elara en voz alta.
Antes de que pudiera pensar más, una suave voz llenó la habitación. "Elara," susurró la voz. "Elara, necesitamos tu ayuda."
Elara miró a su alrededor, sorprendida, pero no había nadie allí. La voz parecía venir de la propia pluma.
"¿Quién eres?" preguntó, sosteniendo la pluma frente a su rostro.
"Soy un mensajero de la Reina de las Hadas," dijo la voz. "El reino mágico de las hadas está en peligro. El Árbol Dorado, la fuente de toda la magia en Lyria, se está desvaneciendo. Si el árbol muere, la magia de nuestra tierra desaparecerá para siempre."
Elara se llevó la mano a la boca. "¿Pero cómo puedo ayudar? Soy solo una niña."
La voz fue suave pero firme. "Eres la elegida por las hadas, Elara. Eres valiente y bondadosa, y crees en la magia. Solo alguien con un corazón puro puede restaurar el Árbol Dorado."
El corazón de Elara latía con emoción y nerviosismo. "¿Qué debo hacer?"
"Debes viajar al Bosque Encantado y encontrar el Corazón del Árbol Dorado," explicó la voz. "El Corazón es una gema mágica escondida en lo profundo del bosque. Si la colocas de nuevo en las raíces del árbol, la magia será restaurada. Pero ten cuidado, el viaje no será fácil. Habrá desafíos por delante, y debes ser valiente."
Elara asintió, sintiendo una mezcla de miedo y determinación. "Lo haré. Salvaré el Árbol Dorado."
La voz se volvió más suave. "Gracias, Elara. Lleva esta pluma contigo. Te guiará en tu viaje."
Con la pluma dorada en su mano, Elara se vistió rápidamente y salió de su cabaña. La luz de la luna iluminaba su camino mientras se dirigía hacia el Bosque Encantado. El bosque estaba lleno de altos árboles con hojas plateadas que brillaban en la noche, y el aire olía dulce, como miel y flores.
A medida que avanzaba más en el bosque, Elara sintió que el suelo debajo de sus pies comenzaba a cambiar. La suave hierba dio paso a un camino de piedras brillantes, y los árboles parecían susurrar su nombre. Siguió el camino, sujetando la pluma dorada con fuerza en su mano.
Después de un tiempo, Elara llegó a un amplio río. El agua brillaba bajo la luz de la luna, pero no había puente para cruzarlo. Justo cuando se preguntaba cómo haría para cruzar, una gran rana amigable saltó del agua.
"Hola, niña," dijo la rana con un croar. "¿Qué te trae al Bosque Encantado?"
"Estoy en un viaje para salvar el Árbol Dorado," explicó Elara. "Pero necesito cruzar el río, y no sé cómo."
La rana pensó un momento y luego sonrió. "Puedo ayudarte. Sube a mi espalda y te llevaré al otro lado."
Elara dudó solo un momento antes de subir a la espalda de la rana. La rana saltó al agua y nadó suavemente a través del río, llevando a Elara de manera segura al otro lado.
"¡Gracias!" dijo Elara al bajar de la espalda de la rana.
"¡Buena suerte en tu viaje!" llamó la rana mientras desaparecía de nuevo en el agua.
Elara continuó por el camino brillante, sintiéndose más segura ahora. Mientras caminaba, pensaba en todos los cuentos de hadas que sus padres le habían contado. Sabía que cada héroe enfrentaba desafíos, pero siempre encontraban una manera de triunfar. Estaba decidida a hacer lo mismo.
Pronto, Elara llegó a una gran cueva oscura. La boca de la cueva era amplia y sombría, y Elara podía oír el leve sonido del viento aullando desde dentro. Sabía que tenía que atravesar la cueva para llegar al Corazón del Árbol Dorado, pero la oscuridad la hacía sentir incómoda.
"Sé valiente," susurró para sí misma, recordando las palabras de la voz de la pluma.
Tomando una profunda respiración, Elara entró en la cueva. Hacía frío y había humedad en el interior, y la única luz provenía de la pluma brillante en su mano. A medida que avanzaba más en la cueva, escuchó un bajo gruñido desde las sombras.
"¿Quién osa entrar en mi cueva?" retumbó una profunda voz.
Elara se congeló en su lugar, su corazón latiendo con fuerza. Desde la oscuridad, emergió una gran criatura con ojos brillantes. Era un lobo, pero en lugar de pelaje, su cuerpo parecía estar hecho de sombras.
"Soy Elara," dijo, con la voz temblorosa. "Estoy en un viaje para salvar el Árbol Dorado."
El lobo de sombras inclinó la cabeza, estudiándola. "Eres muy valiente por venir aquí, pequeña. Pero para pasar por mi cueva, debes responder a mi acertijo."
Elara asintió, sintiéndose un poco más segura ahora. "Estoy lista."
Los ojos del lobo brillaron más intensamente mientras hablaba. "Tengo ciudades, pero no casas. Tengo montañas, pero no árboles. Tengo agua, pero no peces. ¿Qué soy?"
Elara pensó intensamente, repitiendo el acertijo en su mente. ¿Ciudades pero sin casas? ¿Montañas pero sin árboles? ¿Agua pero sin peces? De repente, la respuesta le vino a la mente.
"¡Un mapa!" exclamó.
Los ojos del lobo se suavizaron y se hizo a un lado. "Eres sabia, pequeña. Puedes pasar."
Elara sonrió y se apresuró a través de la cueva, agradecida de haber resuelto el acertijo.
Después de salir de la cueva, Elara se encontró en un hermoso claro. En el centro del claro se erguía el Árbol Dorado. Sus ramas eran altas y fuertes, pero sus hojas estaban apagadas y desvaneciéndose. En la base del árbol había un pequeño pedestal, y sobre el pedestal estaba sentada una gema brillante el Corazón del Árbol Dorado.
Elara se acercó al árbol y levantó suavemente la gema. En cuanto la tocó, una cálida luz llenó el claro, y el Árbol Dorado comenzó a brillar. Sus hojas se volvieron de un brillante dorado, y sus ramas destellaron con nueva vida.
"¡Lo lograste, Elara!" dijo una voz familiar.
Elara se dio la vuelta para ver a la reina de las hadas de pie ante ella. La reina de las hadas era alta y elegante, con alas que brillaban como diamantes.
"Gracias por salvar el Árbol Dorado," dijo la reina de las hadas. "Gracias a tu valentía y bondad, la magia de Lyria seguirá viva."
Elara sonrió, con el corazón lleno de alegría. Había vivido su propia aventura, al igual que los héroes en sus cuentos para dormir. ¡Y había salvado la magia del reino!
La reina de las hadas puso su mano en el hombro de Elara. "Eres una verdadera heroína, Elara. La gente de Lyria siempre recordará tu valentía."
Con la pluma dorada aún brillando en su mano, Elara emprendió el camino de regreso a casa. Para cuando llegó a su cabaña, el sol comenzaba a salir, proyectando un cálido resplandor sobre la aldea.
Sus padres la estaban esperando y la abrazaron fuertemente. "Estamos tan orgullosos de ti," dijo su padre.
"Siempre has sido nuestra pequeña aventurera," añadió su madre con una sonrisa.
Esa noche, mientras Elara yacía en la cama, pensaba en su increíble viaje. Había enfrentado desafíos, resuelto acertijos y salvado la magia de Lyria. Y lo mejor de todo, sabía que esto era solo el comienzo. Había muchas más aventuras esperándola, y no podía esperar a ver lo que el futuro le deparaba.
Y así, Elara cerró los ojos, soñando con los muchos cuentos de hadas que aún estaban por venir.
Fin.