Una fresca tarde de otoño, mientras caminaba a casa de la escuela, Oliver notó algo extraño. Un pequeño pájaro con plumas de un brillante color azul revoloteaba frenéticamente cerca de la base de un viejo roble. Su ala parecía estar herida y emitía agudos y angustiosos trinos. Sintiendo un golpe de simpatía, Oliver se agachó y recogió suavemente al pájaro. "No te preocupes", susurró, "te ayudaré".
Mientras sostenía al pájaro en sus manos, sucedió algo extraordinario. Una cálida luz dorada comenzó a brillar desde sus palmas, extendiéndose sobre la pequeña criatura. Oliver observó asombrado cómo el ala del pájaro se enderezaba y su canto se volvía fuerte y vibrante. Antes de que pudiera procesar completamente lo que había sucedido, el pájaro dio un feliz aleteo, se posó brevemente en su hombro y luego voló hacia el cielo. Oliver miró sus manos, ahora de regreso a su normalidad, llenas de pecas. "¿Qué fue eso?" susurró. Sintió una oleada de emoción pero también un destello de miedo. ¿Cómo había hecho eso? ¿Y por qué?
Al día siguiente, Oliver no podía concentrarse en clase. Su profesora, la Sra. Bramble, estaba explicando fracciones, pero su mente estaba en otro lugar.
Cuando Oliver llegó a la biblioteca, el Sr. Alder estaba organizando libros con su habitual cárdigan y gafas. "Ah, Oliver", dijo con una cálida sonrisa. "¿Qué te trae por aquí hoy?" Oliver dudó, luego soltó "Creo que tengo. poderes".
El Sr. Alder levantó una ceja pero no se rió ni lo desestimó. "¿Poderes, dices? Cuéntame más".
Oliver relató el incidente con el pájaro, y mientras hablaba, la expresión del Sr. Alder se tornó pensativa. "Hmm", dijo, acariciándose la barba blanca. "Parece que tienes el don de la sanación. Es una habilidad rara y especial, Oliver. Pero también es una gran responsabilidad".
El Sr. Alder asintió. "Tal don no está destinado a ser ocultado. Está destinado a ayudar a los demás. Pero debes aprender a controlarlo y entenderlo. De lo contrario, podría volverse peligroso".
A partir de ese día, el Sr. Alder se convirtió en el mentor de Oliver.
Una fuerte tormenta llegó a Willowbrook, trayendo consigo vientos feroces y una lluvia torrencial. El río que atravesaba el pueblo creció peligrosamente, amenazando con inundar las calles. El pánico se extendió mientras los habitantes del pueblo se apresuraban a proteger sus hogares. Oliver y su familia trabajaron incansablemente, apilando sacos de arena junto a la puerta de su casa.
Mientras la tormenta rugía, hubo un frenético golpe en la puerta. Era la Sra. Harper, una vecina, empapada hasta los huesos y sin aliento. "¡Es mi hija, Emma!", gritó. "¡Está enferma y no podemos llegar al hospital debido a la inundación!" Los padres de Oliver intercambiaron miradas preocupadas. "Llamaremos a ayuda", dijo su padre, alcanzando el teléfono, pero Oliver dio un paso adelante.
"Puedo ayudar", dijo, con la voz firme. Sus padres lo miraron con sorpresa, pero no había tiempo para discutir. Oliver se puso su abrigo de lluvia y siguió a la Sra.
Cerrando los ojos, se concentró en el calor en su pecho, el mismo calor que había sentido cuando sanó al pájaro. Poco a poco, la luz dorada apareció, extendiéndose desde sus manos hacia Emma. Podía sentir su cuerpo luchando contra la enfermedad, y vertió toda su energía en ayudarla. Después de lo que pareció una eternidad, la respiración de Emma se volvió constante y el color regresó a sus mejillas.
La Sra. Harper abrazó a Oliver con fuerza, con las lágrimas corriendo por su rostro. "Eres un milagro, Oliver". La noticia del don de Oliver se propagó rápidamente por Willowbrook. Al principio, se sintió nervioso por la atención, pero el Sr. Alder le recordó que su habilidad estaba destinada a ser compartida. Con el tiempo, Oliver se convirtió en una fuente de esperanza y consuelo para el pueblo.
Pero Oliver nunca permitió que su nuevo papel cambiara quién era. Aún perdía su tarea debajo del sofá, seguía dibujando pájaros en su cuaderno y aún soñaba con aventuras. Lo que había cambiado era su comprensión de sí mismo. Había descubierto que incluso un niño ordinario podía hacer cosas extraordinarias con un poco de valentía, mucho corazón y la guía de un sabio mentor. Años más tarde, Oliver miraría hacia atrás en esa tormentosa noche como el momento en que su vida realmente comenzó. Y siempre recordaría las palabras del Sr. Alder "El mayor poder no está en lo que puedes hacer, sino en cómo decides usarlo".
Y en Willowbrook, el niño de las manos doradas se convirtió en un símbolo de bondad, resiliencia y la idea de que incluso los actos más pequeños de sanación podían hacer del mundo un lugar mejor.
Oliver tenía el don de la sanación.
Sanó a un pájaro herido cerca de un roble.
El Sr. Alder, el bibliotecario del pueblo, lo ayudó.
Le enseñó sobre la empatía y a controlar su energía.
Oliver sanó a una niña enferma llamada Emma.
Lo vieron como una fuente de esperanza y amabilidad.
Aprendió que su don debería ser usado para ayudar a otros.
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