Érase una vez, en la pintoresca y pequeña aldea de Willowridge, ubicada a la sombra de las Montañas Brumosas, vivía un hombre peculiar llamado Tobin. Tobin no era como nadie más en la aldea, y por eso, la gente a menudo lo pasaba por alto. No era alto, fuerte o particularmente apuesto. No llevaba espada, no vestía armadura brillante, ni montaba un corcel gallardo. En cambio, Tobin tenía un rostro redondo, ojos brillantes ocultos tras unas enormes gafas, cabello castaño desordenado, una bufanda perpetuamente torcida y un viejo abrigo remendado que parecía haber visto días mejores. No era un guerrero, un caballero, o incluso un agricultor era un inventor. Tobin pasaba sus días en una cabaña destartalada en el borde de la aldea. Su hogar estaba lleno de desorden engranajes, muelles, piezas de maquinaria rota y extraños artilugios que zumbaban y clickeaban. Le encantaba hacer reparaciones, inventar y arreglar cosas, aunque sus creaciones a menudo resultaban ser más excéntricas que prácticas. Los aldeanos a veces le llevaban herramientas o juguetes rotos para reparar, pero siempre se iban rápidamente, riéndose para sí mismos del "extraño hombrecito". A Tobin no le preocupaba su risa. Amaba su vida tranquila y encontraba alegría incluso en los pequeños maravillas, como la forma en que la luz del sol danzaba sobre una gota de rocío o el suave zumbido de una abeja. Pero su amabilidad y curiosidad no tenían igual.
Si alguien necesitaba ayuda, Tobin siempre estaba dispuesto a echar una mano, incluso si eso significaba dejar de lado su propio trabajo. Sin embargo, nadie lo consideraba algo más que una rareza. Un día fatídico, sin embargo, todo cambió. La aldea de Willowridge era conocida por su paz y simplicidad, pero también era conocida por el oscuro bosque que se alzaba justo más allá de los campos. Se decía que el bosque estaba maldito, hogar de un antiguo mal que nadie se atrevía a nombrar. Durante años, los aldeanos lo evitaban, ateniéndose a caminos bien transitados y manteniendo a sus hijos lejos de su borde. Pero últimamente, cosas extrañas habían comenzado a suceder. Los cultivos se marchitaban de la noche a la mañana, el ganado desaparecía sin dejar rastro, y una niebla inquietante se deslizaba hacia la aldea cada noche, enfriando el aire y silenciando a los grillos. Los rumores se propagaron como un incendio susurros sobre el antiguo mal despertando, de una sombra que los consumiría a todos. Los ancianos de la aldea convocaron una reunión de emergencia en la plaza del pueblo, con sus rostros pálidos de miedo. Necesitaban un héroe, alguien valiente y fuerte que se atreviera a aventurarse en el bosque maldito y confrontar la oscuridad. Sin embargo, cuando miraron a su alrededor, no había nadie que encajara con la descripción. El herrero era demasiado viejo, los cazadores demasiado asustados, y los jóvenes demasiado inexpertos.
Mientras los aldeanos murmuraban ansiosos, Tobin dio un paso adelante. "Yo iré", dijo, con voz firme pero suave. La multitud estalló en risas. "¿Tú?" se burló el carnicero. "¿Qué puedes hacer contra un antiguo mal? ¿Arreglar sus engranajes? ¿Apretar sus tornillos?"Deja esto para los verdaderos héroes", añadió el panadero, aunque no había tales héroes presentes. Tobin ajustó su bufanda torcida y sonrió. "Puede que no sea un guerrero, pero cada problema tiene una solución. Quizás yo pueda encontrarla". Aunque los aldeanos dudaban de él, nadie más se ofreció como voluntario. Y así, con poco alboroto, Tobin se dirigió hacia el oscuro bosque, armado solo con un saco de herramientas, una linterna y su curiosa mente. El bosque era aún más amenazante de lo que Tobin había imaginado. Los árboles eran retorcidos y torcidos, sus ramas extendiéndose como manos esqueléticas. El aire era denso con neblina, y extraños ruidos resonaban por la maleza.
Pero Tobin no tenía miedo. Se maravillaba con los hongos bioluminiscentes que brillaban suavemente en los troncos de los árboles y la forma en que la neblina se retorcía como un ser vivo. Tarareaba una melodía alegre mientras caminaba, con su linterna proyectando un suave resplandor. Después de horas de vagar, Tobin llegó a un claro donde se encontró con una extraña criatura un zorro con pelaje tan negro como la noche y ojos que brillaban como brasas. El zorro habló, su voz como un viento susurrante. "Retrocede, pequeño hombre. La oscuridad que se avecina te consumirá". Tobin se agachó, sus gafas brillando con la luz de la linterna. "¡Hola! ¡Eres bastante extraordinario! Nunca he visto un zorro como tú antes". El zorro inclinó su cabeza, claramente sorprendido por la falta de miedo de Tobin. "Eres muy valiente o muy tonto", dijo. "Quizás un poco de ambos", respondió Tobin con una sonrisa. "Pero creo que cada problema tiene una solución.
¿Puedes decirme sobre la oscuridad?"El zorro dudó, luego suspiró. "La oscuridad no es solo una cosa, es un ser, antiguo y vengativo. Se alimenta del miedo y la desesperación. Muchos han intentado derrotarlo con espadas y hechizos, pero nadie ha tenido éxito". "Bueno, no llevo espada y no soy mucho de hechizos", dijo Tobin. "Pero me gustaría conocer esta oscuridad de todos modos". El zorro lo estudió por un momento, luego asintió. "Está bien. Sígueme, si te atreves". El zorro llevó a Tobin más adentro del bosque, donde los árboles crecían tan densos que incluso la luz de su linterna parecía incapaz de penetrar la penumbra. Finalmente, llegaron a un enorme árbol hueco, su corteza ennegrecida como si hubiera sido quemada por el fuego. El aire a su alrededor era pesado y frío. "La oscuridad reside dentro", dijo el zorro.
"Esta es tu última oportunidad para retroceder". Tobin se ajustó la bufanda y dio un paso adelante. "Gracias, amigo. Lo haré yo mismo". Al entrar en el árbol hueco, Tobin sintió un peso opresor sobre él. El interior era vasto y cavernoso, mucho más grande de lo que parecía desde afuera. Las sombras se retorcían a lo largo de las paredes como cosas vivas, y en el centro del espacio se encontraba una figura envuelta en oscuridad. Su forma era indistinta, cambiando y mutando, pero sus ojos ardían como carbones. "Así que, la oscuridad siseó, su voz resonando como mil susurros. "Otro tonto viene a desafiarme. ¿Qué te hace pensar que tendrás éxito donde tantos han fracasado?"Tobin ajustó sus gafas y sonrió. "No sé si tendré éxito, pero pensé que valía la pena intentarlo. Verás, me gusta resolver problemas, y tú pareces ser todo un rompecabezas".
La oscuridad retrocedió ligeramente, como si estuviera sorprendida. "¿No me temes?""El miedo es una respuesta natural", admitió Tobin. "Pero he encontrado que la curiosidad a menudo lo supera. Dime, ¿por qué esparces desesperación y miedo? ¿Qué te impulsa?"La oscuridad dudó, su forma titilando. Nadie le había hecho nunca tal pregunta. "Soy lo que soy", dijo finalmente. "Existo para consumir, para crecer más fuerte". "¿Pero por qué?" presionó Tobin. "¿Siempre has sido así?" La oscuridad parecía vacilar. Imágenes comenzaron a formarse dentro de su masa en espiral recuerdos de un tiempo lejano. Tobin vio vislumbres de una criatura, una vez radiante y hermosa, desterrada y abandonada. Había estado sola, incomprendida, y con el tiempo, su dolor había crecido en ira y oscuridad. "Veo", dijo Tobin suavemente.
"No naciste malvado. Te volviste así por lo que te sucedió". La oscuridad rugió, su forma hinchándose. "¡No me tengas compasión, pequeño hombre! ¡No puedes cambiar lo que soy!""Quizás no", dijo Tobin. "Pero creo que todos tienen la capacidad de cambiar, si así lo desean. Has estado solo durante tanto tiempo, alimentándote del miedo porque es todo lo que has conocido. Pero, ¿y si hay otra manera?" La oscuridad se detuvo, sus ojos ardientes entrecerrándose. "¿Otra manera?""Sí", dijo Tobin, sacando un pequeño artilugio de su saco. Era una caja de música que había reparado para un niño de la aldea. La dio cuerda, y una suave melodía llena el cavernoso espacio. La oscuridad parecía temblar, su forma titilando de nuevo. "¿Qué es esto?" demandó. "Un recuerdo," dijo Tobin.
"De alegría, de esperanza. Has olvidado estas cosas, pero aún están dentro de ti, enterradas bajo el dolor. Déjame ayudarte a recordar". La oscuridad se retorció, como si estuviera en agonía, pero Tobin mantuvo su posición, hablando suavemente. "No tienes que estar solo nunca más. No tienes que ser temido. Hay todo un mundo allá afuera, lleno de luz y maravilla. Solo tienes que dejar ir la ira". Durante un largo momento, la caverna guardó silencio. Luego, lentamente, la oscuridad comenzó a cambiar. Su forma se volvió más pequeña, menos amenazante. Las sombras se retiraron, revelando una figura una criatura de luz y sombra entrelazadas, ya no monstruosa, sino extrañamente hermosa. "Yo… yo había olvidado," dijo, con voz temblorosa.
"Gracias". Tobin sonrió, con lágrimas en los ojos. "Cada problema tiene una solución". Cuando Tobin regresó a Willowridge, el bosque ya no era oscuro y maldito. Los cultivos florecieron, el ganado regresó, y la niebla inquietante se levantó. Los aldeanos estaban asombrados y corrieron a su encuentro. "¿Qué hiciste?" preguntó el alcalde. "¿Cómo derrotaste a la oscuridad?""No la derroté", dijo Tobin. "La ayudé a encontrar su luz". Desde ese día, Tobin ya no fue visto solo como un hombrecito extraño. Se convirtió en un héroe, no por su fuerza o valentía, sino por su astucia, amabilidad y creencia de que incluso los problemas más oscuros podían resolverse con compasión y entendimiento. Y así, la aldea de Willowridge prosperó, un faro de esperanza a la sombra de las Montañas Brumosas, gracias al héroe más improbable.
Era amable, curioso y le encantaba resolver problemas.
Pensaban que era demasiado extraño para ser un héroe.
Era oscuro y aterrador, se decía que estaba maldito.
A un zorro negro mágico con ojos brillantes.
Del miedo y la tristeza de los demás.
Le mostró amabilidad y le ayudó a recordar la alegría.